Las madres y los padres que se preocupan por la educación emocional de sus hijos se hacen, a menudo, preguntas sobre la eficiencia de su labor: ¿seré una buena madre?, ¿actúo como un buen padre?, ¿estaremos mimando demasiado a nuestro hijo?
Lucía suele llegar a casa sobre las ocho de la tarde. Hoy se ha retrasado un poco porque, de camino a casa, se ha entretenido en unos grandes almacenes buscando unos juguetes que le había pedido su hijo Raúl, de cinco años. Tras revolver toda la sección infantil, por fin encontró los que el pequeño le había solicitado con insistencia. Al llegar a casa, lo primero que hace es entregarle los paquetes. Raúl está viendo la televisión y, a pesar de que era lo que había pedido, tras quitarles el papel, vuelve la mirada a la pantalla y sigue viendo la película.
Lucía, tras insistirle inútilmente, se sienta a su lado con un cochecito en la mano y se pregunta si no lo estará mimando en exceso. Tiene demasiadas cosas y ya nada le hace ilusión. Por la noche, le pregunta una vez más si le han gustado los regalos. Raúl contesta afirmativamente sin interés y enseguida le pide que le lea un cuento. Después, se queda plácidamente dormido. Lucía sonríe y sigue preguntándose si le da demasiadas cosas.
El padre de Raúl viaja mucho por razones de trabajo y Lucía tiene una jornada maratoniana, que le obliga a llegar tarde a casa. En ocasiones, se siente sola con su hijo, pero también piensa que lo deja demasiado tiempo solo. Lucía llena a su hijo de juguetes porque se siente culpable y necesita expiar ese sentimiento.
Los pequeños necesitan mimos, ternura y afectos que, por lo general, tienen. Ese conjunto de cuidados constituye un capital afectivo que les dará confianza y les permitirá vivir plenamente, sintiéndose seguros de sí mismos. Ahora bien, cuando los mimos son excesivos, tienen sobre el niño el efecto contrario al deseado. Ante esta situación, el niño necesitará constantemente pruebas de amor, lo que puede convertirlo en un caprichoso.
DIFICULTADES
El regalo tiene sentido porque proporciona seguridad en lo que concierne a la capacidad afectiva de sus padres, pero conviene dejar un espacio para que desee el juguete, lo domine y, en consecuencia, lo haga suyo.
¿Por qué les damos más de lo conveniente? ¿Qué razones nos llevan mimarles demasiado? La educación de los hijos es una de las tareas más difíciles y complejas de la vida, pero también es una de las más creativas. Su dificultad estriba en que el niño evoca lo que nosotros vivimos como hijos, zonas de nuestra historia que teníamos olvidadas, pero que se reeditan al colocarnos en nuestra labor materna o paterna. Algunos padres dan demasiadas cosas a sus hijos porque, en cierta medida, están ajustando cuentas con su propia infancia. Se dicen: “Mi hijo tendrá todo lo que yo no tuve”. Al mimarlo, también se miman un poco a sí mismos.
Este tipo de padres tiene también la necesidad de contar mucho para sus pequeños. Es una forma de decir: “Mira, soy capaz de darte todo lo que me pides”. Así se sienten afirmados y ganan dosis de confianza y seguridad. Estas personas pueden tener una enorme necesidad de reconocimiento que la sociedad ya no les da, pero que, de una u otra forma, vuelven a encontrar en sus hijos.
Una de las razones que más determina la sobrecarga de mimos es el sentimiento de culpa originado por la poca disponibilidad para ocuparse de los hijos. Los progenitores se sienten mal por no disponer del tiempo suficiente para compartir con los niños. En tales casos, se intenta compensar con objetos la falta de atención personal. Cuando se colma al pequeño de gratificaciones exageradas, se corre el peligro de provocar una sobreprotección. Estos mimos compensatorios, que pueden llevarse a cabo por uno de los progenitores o por los dos, conducen a la negativa a abandonar la grandiosidad y omnipotencia de la infancia. Dan lugar a demandas continuas y a dificultades de integración con los demás. Si el niño se queda fijado a este modo de trato, negará sus limitaciones y le será más difícil aceptar las inevitables frustraciones por las que ha de atravesar. Además, contará con menos recursos psicológicos para crecer de manera gratificante.
CÓMO ACTUAR
• Si pensáis que vuestro hijo está demasiado mimado, quizá deberíais pensar en cambiar de actitud. Conviene observar si dedica el tiempo suficiente a los juguetes que tiene.
• De vez en cuando, conviene echar la vista atrás y evocar la relación que tuvimos con nuestros padres. ¿Echamos de menos alguna forma de cuidado que ahora intentamos compensar?
• El sentimiento de culpa por no pasar mucho tiempo con nuestros hijos tiene que revisarse. No hay que olvidar la idea de que es la calidad del tiempo que se está con ellos lo importante, si bien es cierto que cuando son bebés necesitan una dedicación especial.
• Mejor que prometerle un coche o una muñeca, se le puede regalar tiempo. Por ejemplo, una buena idea es concertar con él una cita, varias noches seguidas, para contarle una historia en capítulos o leerle un cuento.
• Es muy recomendable enseñarle el lado positivo de la espera, del deseo, acostumbrarle a que tendrá las cosas cuando llegue el momento oportuno es favorable para su desarrollo y le ayudará a ser más tolerante.
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Muchos juguetes y excesivos caprichos
Algunos padres intentan compensar así su sentimiento de culpa por no prestarles suficiente atención. Los pequeños necesitan mimos, ternura y afectos que les den confianza y les permitan vivir plenamente. Pero cuando la atención es excesiva tiene sobre el niño el efecto contrario al deseado lo que puede convertirlo en un caprichoso.
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