La Audiencia de Sevilla avisa: educar mal a los hijos es delito, máxime cuando estos retoños ocasionan un mal a otro. Si los padres la mejor manera de criar descendencia es dejarles hacer lo que quieran, no establecer límites de ninguna clase, darles todo lo que piden o no transmitirles ningún tipo de valores de convivencia, es cosa suya, pero en el caso de que esos niños provoquen un daño, el peso de la justicia caerá sobre los progenitores. Esto es, más o menos, lo que dijeron los jueces a la madre de un adolescente que propinó una brutal paliza a un compañero. El tribunal ha condenado a la mujer a pagar 14.000 euros a la víctima para la reconstrucción de la boca, al considerar que ella había educado mal a su hijo.
Y este aviso afecta a muchos padres. Según un estudio realizado por el equipo que dirige el catedrático de Sociología Javier Elzo, el 42% de los padres forma parte de lo que él llama familias nominales, o lo que es lo mismo, núcleos familiares permisivos, donde no hay reglas ni límites, porque lo que importa es que no haya conflictos. En estos núcleos, los niños crecen sin escuchar la palabra no,lo que se traduce en un hacer lo que siempre quieren, en unos niños mimados y consentidos. El problema viene cuando crecen. Según explica Javier Urra, el primer Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, estos pequeños consentidos se convierten en adolescentes agresivos, por la sencilla razón de que no están acostumbrados a que nadie les lleve la contraria.
¿Por qué actúan así los padres? Para Urra, porque es más fácil dejar hacer que educar en el sentido literal de la palabra. "Educar supone estar siempre al pie del cañón y decir muchas veces no, y eso, en un mundo en el que falta tiempo y en el que los adultos llegan agotados a casa, es una tarea muy difícil".
El que fue Defensor del Menor y autor del best seller El pequeño tirano cree que han confluido varios factores que han llevado a muchos padres a educar sin límites. Primero, una corriente de pedagogos y pediatras que ensalzaban el fin de la autoridad, junto con el sentido de culpabilidad de muchos padres trabajadores por no pasar suficiente tiempo con sus hijos. A estos hay que sumar las separaciones matrimoniales mal llevadas, la baja natalidad y, sobre todo, la sobreabundancia. "Vivimos en una sociedad en la que prima el consumismo. Los niños de ahora tienen a su disposición más recursos materiales que cualquier otra generación en la historia de nuestro país, y casi nunca se les ha dicho que no. Eso quiere decir que han interiorizado los derechos, pero no los deberes", señala Elzo.
Y a este cúmulo de factores hay que sumar otro, como señala Urra, "la permisividad de la sociedad ante la tiranía de los pequeños. Todo se disculpa porque son niños, pero el problema es que esos niños crecen y ya no hay disculpas, aunque el daño ya está hecho".
Elzo, pese a todo, es optimista. Cree, aunque aún no tiene datos, que el porcentaje de familias permisivas ha disminuido desde que hizo el estudio antes citado, en el 2002. "Tengo la sensación de que la sociedad está cambiando, que los nuevos padres se están dando cuenta de que a los niños hay que ponerles límites, sin llegar a ser autoritarios". Urra, aun siendo optimista, cree que el cambio es muy lento y que muchos padres son candidatos a sentarse en el banquillo por las actuaciones de unos hijos consentidos.
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