Este es el duro testimonio de Anabel, pseudónimo bajo el que se esconde esta madre que oculta su rostro por temor a la reacción de su hijo, un adolescente de 16 años que ha pasado ya por cinco colegios y un internado, y cuya violencia ha desgarrado la convivencia familiar. (Fuente, Diario Directo).
Lo que acabamos de leer es sólo una muestra del infierno que viven miles de familias, en las que algunos de los hijos está afectado por el Síndrome del Emperador.
Vale la pena preguntarse lo siguiente: De este mal, que aqueja a un sector creciente de nuestros adolescentes y jóvenes, ¿cuánto de culpa tiene la familia y el proceso educativo que hayan aplicado, y qué porcentaje de esa culpa es imputable al cerebro del niño?
- Los niños con el Síndrome del Emperador nunca recibieron un “NO” por respuesta. Han tenido todo lo que han querido y nadie ha puesto límites a sus deseos. Por esa razón estos niños jamás se ponen en lugar del otro y se sienten reyes de todo. El mundo, pero sobre todo sus padres, son de su dominio y les pertenecen.
- Suelen pasar mucho tiempo solos. O son hijos únicos, ó los hermanos ya volaron del nido familiar. A veces, el trabajo absorbe gran parte del tiempo de los padres y el pequeño crece sin apenas comunicación con ellos. Los padres, sin quererlo, se pierden los primeros años de la vida del niño, que son los más importantes en la educación, y dejan en manos de otras personas, ó de la televisión, la educación de sus hijos.
- Nunca pasaron por un “mal rato”. Ningún profesor les pone un cero y nadie les riñe si sus juguetes están siempre tirados y no ayudan a recogerlos.
- Con frecuencia estos niños crecen con familias inestables, en las que falta la comunicación, afecto y experiencias en común.
Hemos hecho un análisis, aunque ciertamente superficial, del mal que aqueja a estos muchachos, y también conocemos algunas de las causas que propician el Síndrome del Emperador.
Pero hablemos ahora de soluciones:
- Volver a ganar el espacio que el niño nos ha robado. No permitirle que ejerza su voz de mando.
- Desarrollar en el niño la conciencia y el sentimiento de culpa.
- Ejercer la autoridad en todo momento. Hacerlo con firmeza y determinación.
- Establecer límites que han de guiar la convivencia y el crecimiento del niño.
- Enseñarle el valor del altruismo y la generosidad.
Si no hacemos esto, puede llegar el día, tal vez en plena adolescencia, en el que el muchacho acabe agrediendo a cualquiera por la simple razón de que se le ha negado algo.
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