Desde 1890, en que el psicólogo William James definió el mundo de los bebés como "una confusión total de zumbidos", se sostenía que los pequeños poseían una mente muy simple que apenas mimetizaba lo poco que captaba a su alrededor. En los años sesenta del pasado siglo se empezó a observar que la mente de los bebés es mucho más compleja y rica de lo que se pensaba. Estudios observacionales realizados con técnicas de electroencefalografía y de diagnóstico por imagen no invasivas e incruentas revelan que, antes de que puedan andar y expresarse verbalmente, su mente es capaz de sentir emociones complejas, como los celos, la empatía o la frustración.
En esta línea de investigación está trabajando Gergely Csibra, catedrático de Psicología Cognitiva del Birkberck College de la Universidad de Londres (Reino Unido). Sus estudios en la capital británica parten de 1994, si bien los había empezado antes en la Universidad de Budapest (Hungría), su ciudad natal. Csibra viajó la semana pasada a España, invitado por CosmoCaixa, el Museo de la Ciencia de la Fundación La Caixa en Alcobendas (Madrid), para hablar sobre la mente de los niños.
"Mis investigaciones", explica, "se centran en varios aspectos del desarrollo cognitivo en los dos primeros años de vida. Estudio los procesos visuales de los niños, desde los niveles más bajos o elementales de atención, y los movimientos de los ojos para conocer qué interés muestran por los objetos y las personas. Es fascinante ver qué fuentes cognitivas emplean los pequeños para aprender de su entorno y cómo discurren los procesos neuronales del cerebro del bebé".
Aunque no admite la existencia de un cerebro de hombre y otro de mujer, como postulan algunos autores, sí que ha observado en sus trabajos diferencias claras según los sexos. Lo que más le ha llamado la atención, dice, es que "mientras que los niños prestan más atención a los objetos, las niñas se muestran más interesadas por las personas".
¿Qué significado puede tener esta observación? "Es difícil saberlo todavía, aunque creemos que con el tiempo llegaremos a conocerlo. Pues lo más probable es que no sea algo casual y que, efectivamente, tenga un significado", responde. En los seis primeros meses de vida el bebé es capaz de distinguir las emociones de quienes le rodean por los gestos faciales, y muy especialmente las de la madre. En este periodo, explica, el lenguaje gestual de la cara es determinante para ellos. Estos hallazgos coinciden plenamente con los de otros investigadores, como Diane Montague, de la Universidad de Filadelfia (Estados Unidos).
En uno de los estudios realizados por Montague se exhibía ante la mirada atenta de bebés de seis meses una cara triste que había estado oculta tras una cortina; se cerraba después la cortina y se volvía a abrir para mostrar una cara alegre. Y así alternativamente, varias veces. "En un principio los bebés sólo observaban con atención, pero luego empezaron a mimetizar los gestos, alegres o tristes, de la cara expuesta. Esto significa que la interacción visual es un elemento clave para su desarrollo cognitivo. El seguimiento de la mirada es un importante factor para adentrarnos en la mente de los bebés, puesto que ni la acción motora ni la verbal están desarrolladas. Toda la información que les va llegando a través de los ojos en torno al primer año de vida les ayuda a interpretar lo que les rodea y a interesarse, más o menos, en función de sus habilidades y preferencias", sostiene Csibra, cuyos estudios han sido publicados en revistas científicas como Journal of Cognitive Neuroscience, British Journal of Developmental Psychology o Progress in Brain Research.
Csibra ha realizado recientemente un estudio con monos para conocer la importancia del juego y la interacción visuales en el desarrollo cognitivo-emocional de los bebés, en la línea de las investigaciones realizadas con chimpancés por Charles Nelson, de la Universidad de Harvard en Boston (Estados Unidos).
Durante el estudio se mostraron a bebés menores de seis meses una serie de fotografías de monos aparentemente iguales, forma que parecían indistinguibles para la mente del adulto. "Sin embargo", explica, "los pequeños reconocían a cada uno de ellos según pudimos comprobar por el interés visual que mostraban. Cuando un mismo animal estaba ya muy visto, se aburrían y cambiaban la mirada, en tanto que si era uno distinto, recuperaban la atención".
"Esta habilidad empiezan a adquirirla respecto de las caras humanas a partir de los nueve meses. Les mostramos caras con expresión de alegría o de pena para que ellos aprendan a establecer categorías. Así, los bebés sonríen o hacen muecas de pena en función de la cara que ven. Es un modo de categorizar por parte de los pequeños los estados de felicidad o de tristeza".
La necesidad de interactuar visualmente se acusa de un modo evidente en los niños institucionalizados. Según los psicólogos, se supone que en los orfanatos o en los centros de acogida están bien atendidos en cuanto a su alimentación, higiene y otros cuidados básicos. "Pero les falta la estimulación que suponen los besos, las miradas o los gestos", advierte Csibra.
La importancia de la interacción visual, según este experto, también se ha estudiado en bebés con madres que sufrían depresión posparto de larga duración y que no interaccionaban visualmente con el niño de igual manera que otra madre sin depresión. Los seres humanos somos esencialmente culturales o sociales, según Csibra, y poseemos unas potencialidades que sólo se desarrollarán si se da el entorno adecuado: "Por muchas potencialidades innatas que posea un bebé, éstas nunca aflorarán en su desarrollo emocional si no se producen los estímulos necesarios".
El compositor Mozart sería un caso paradigmático. Era un genio dotado de un talento especial para la música, pero había nacido además en un entorno musical muy favorable para desarrollar todas sus potencialidades innatas. "Quizá su talento musical no hubiera brillado con el mismo esplendor si su entorno ambiental no le hubiese sido tan propicio. Aunque en el caso de Mozart es tan claro su talento o genio musical, que, de haber nacido en otro entorno, tal vez no habría compuesto el Réquiem, pero es seguro de que de algún modo habrían aflorado sus habilidades innatas", concluye Csibra.
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