La fiebre consiste en una elevación de la temperatura del cuerpo superior a la normal. Cuando un bebé tiene fiebre, su organismo está respondiendo a una agresión externa, por lo general una infección por virus o bacteria.
La fiebre es, entonces, un síntoma o señal de alarma como resultado de un mecanismo de defensa del cuerpo ante algo que lo está molestando. En pocas palabras, la temperatura alta es una barrera de protección primaria del organismo para evitar que la infección avance.
La temperatura normal va de los 36º C a los 37.5º C (grados centígrados). Se considera fiebre cuando la temperatura del bebé supera los 37.5º C.
¿Cómo se toma la temperatura del niño?
Hay tres maneras de tomarle la temperatura a tu hijo:
Axilar: recomendado por la mayoría de los pediatras. Se coloca el extremo debajo de la axila durante unos tres minutos.
Ten en cuenta que la temperatura del cuerpo varía durante el día, lo cual se conoce como ritmo circadiano. Nuestra temperatura corporal aumenta por las tardes, entre las cuatro y las seis, y disminuye por las mañanas.
Además es normal que la temperatura de los niños aumente a unos 37º C después de llorar vigorosamente durante un cólico o un berrinche, por correr o por estar arropados en exceso. Así que es muy importante saber distinguir la fiebre de un sobrecalentamiento por exceso de abrigo o calefacción.
Si bien es cierto que la fiebre actúa como mecanismo de defensa para impedir que el agente infeccioso se multiplique, hay que tomar medidas cuando se eleva por encima de los 37.5º C.
Un bebé con fiebre sufre una serie de molestias. Su respiración se acelera porque requiere más oxígeno para recuperarse, está sonrojado de las mejillas y sudoroso, tiene los ojos vidriosos y mucha sed.
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