El trabajo no remunerado sigue existiendo y recae mayoritariamente en las mujeres, pero hay cosas que ya no se pueden afrontar con un empleo fuera. La doctora en Ciencias Políticas y catedrática de Sociología María Ángeles Durán es la persona que más rigurosamente ha estudiado el valor del trabajo no remunerado. "Supone el 60% del PIB, con metodología Eurostat", afirma. Esa cifra ya se la sabe de memoria. En su libro El Valor del tiempo (editorial Espasa) desmenuza paso a paso las horas del día que una mujer dedica a cuidar, a cocinar, a limpiar, a regar plantas y pasear al perro. Y no olvida el tiempo empleado en salas de espera, médicos, atascos de tráfico, sueño perdido. Si los hombres tuvieran que pagar eso, a la mayoría no les llegaría el sueldo.
Según la encuesta de Condiciones de Vida los varones dedican al cuidado de niños menos de 20 horas a la semana, mientras que las mujeres emplean entre 40 y 60 horas semanales. Al cabo del año los hombres emplean como promedio 127 horas a cocinar y las mujeres 657, según el INE. En el libro citado, Durán calcula que para limpiar los hogares españoles hay que emplearse con la fregona en 1.000 millones de metros cuadrados, a diario en buena parte de ellos. Pues bien, entre los 18 y 24 años, las mujeres dedican cinco veces más tiempo a la limpieza que sus compañeros y casarse apenas aumenta el tiempo dedicado entre los hombres, pero se multiplica para las mujeres. Y prácticamente el mismo panorama para cualquier estado civil, según la misma encuesta del Empleo del Tiempo del INE. Las mujeres mueren más tarde, pero su estado de salud es peor que el de los hombres. Ya muy pocos se preguntan por qué. La más reciente de las encuestas sanitarias, publicada hace apenas unas semanas, alerta también sobre los problemas de salud mental que se están cebando con las mujeres. Y de nuevo se achaca a lo mismo. Sobrecarga.
Pero hay algunas tareas a las que, por más que se quiera, ya no se alcanza. Las mujeres han salido a trabajar y eso le ha dejado un hueco al Estado, que necesitaría multiplicar los presupuestos para taparlo.
Las mujeres de hoy ya no pueden cuidar ancianos a tiempo completo. La Ley de Dependencia apenas está arrancando y el Gobierno ha destinado para ella algo más de 1.500 millones de euros. Las autonomías tendrán que aportar otro tanto. Y esa financiación habrá que mantenerla y ampliarla anualmente.
En España hay cerca de millón y medio de niños menores de tres años y apenas el 16% tiene plaza en un centro infantil público mientras que un 43% de estas familias demanda el servicio. Los datos del Ministerio de Trabajo indican que, en total, el 44,7% de los niños de cero a tres años están atendidos, ya sea en guarderías privadas o públicas. El Gobierno ha prometido mucho más esfuerzo en este terreno. Mientras tanto, las supermadres de entonces se han convertido ahora en superabuelas. Adiós a una jubilación tranquila. Hay que recoger al niño del colegio, prepararle la comida, sacarle al parque. Hasta que la jornada de los padres concluye.
El 70% de las mujeres mayores de 65 años han cuidado o cuidan a sus nietos y un 22% de las que los cuidan en la actualidad lo hacen a diario, como si fueran madres. Son datos de la última encuesta de Condiciones de Vida de las Personas Mayores, que ha publicado el Imserso. Muchas contestan que es un placer estar con los nietos, pero ya en Europa suenan alarmas acerca del estrés que esto podría estar ocasionando.
En todo caso, no es que lo hagan obligadas por nadie, sino por la situación. De no ser por ellas, sus hijas o nueras no podrían salir a trabajar, así que, entre madres, hijas, tías y abuelas tejen una red de solidaridad femenina que posibilita que el abuelo pueda seguir jugando a la petanca. Eso es estar jubilado.
Tan es así, que las madres que trabajan fuera opinan en su mayoría que cuando las cosas se ponen farrucas con los niños una mañana de imprevisto son las abuelas las que solucionan la papeleta. Valoran más la ayuda de estas mujeres que la de sus propios maridos.
Pero las personas que estudian estas nuevas -o viejas- conductas sociales, saben que los hombres deben entrar en esta red para enriquecerse y aliviar el trabajo de las mujeres. "La riqueza de ayudar a las hijas no la podemos disfrutar nosotras solas", ha dicho Anna Freixas, doctora en la Facultad de Educación de la Universidad de Córdoba. "Cuando las abuelas solucionan estos problemas están impidiendo de alguna forma que sus hijas negocien con sus parejas", añade Freixas.
Y eso es fundamental, porque nada se va a solucionar, explica también María Ángeles Durán, si no se empieza por un buen reparto equitativo de las tareas de la casa. Las mujeres han salido a trabajar, pero si además siguen haciéndose cargo de las tareas de la casa, algo puede empezar a ir mal. Será la salud, será la pareja, será el empleo femenino o la riqueza de un país.
La última encuesta de Fecundidad, Familia y Valores, publicada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revela un dato aterrador: cerca del 17% de las mujeres de 20 a 50 años optan por abandonar el trabajo para dedicarse a la maternidad y las tareas de la casa. Si se tiene en cuenta que los salarios femeninos son entre un 25% y un 30% más bajos que los de sus parejas masculinas, no es de extrañar que cuando hay tareas que atender en casa y falta dinero para contratar a alguien, el empleo de la mujer sea la pieza más débil, la primera en caer. Si no hay una abuela que lo evite.
La periodista Pura Ramos, que con 77 años sigue trabajando, fue una de esas supermadres (de siete hijos) que, además, trabajaba fuera de casa. Pero pasa de ser superabuela. No quiere cuidar de sus nietos, sólo disfrutarlos. "Yo ya hice lo mío, no me quedo con ellos para que sus padres vayan al cine. Al cine voy yo".
Al Estado no le queda más remedio que cubrir esta demanda de servicios que se abre como un abismo. Pero la iniciativa pública no cubre ni de lejos la demanda. Por eso, los negocios privados están encontrando su hueco, a costa, a veces, de magros salarios familiares para pagar esos servicios.
El presidente de la Asociación de Jóvenes Empresarios, Patricio Rodríguez Carmona, no tiene estadísticas precisas, pero sabe que los negocios que se están montando tienen mucho que ver con los cuidados, tanto de niños como de ancianos, sobre todo de estos últimos. Aunque también menciona franquicias de éxito internacional, como La Retoucherie de Manuela, para arreglos de ropa, o los nuevos establecimientos de comida o de servicios a domicilio, es la Ley de Dependencia, dice, la que está empezando a mover con fuerza una cantera de nuevos negocios. "Las familias monoparentales, muy comunes hoy en día, requieren muchos de estos servicios", dice. Las pequeñas y medianas empresas de nueva tecnología también están en auge, aunque algunas, curiosamente, relacionadas con los cuidados. Cita Rodríguez Carmona una de Sevilla, Visión Sistemas de Localización, que ganó el premio al Joven Empresario por el diseño de una especie de GPS para el control y localización de personas. Todas estas iniciativas vienen a suplir la vigilancia constante que durante largas décadas prestaron los ojos y manos de miles de mujeres.
En este punto es donde aparece otra pata del Estado del bienestar que hay que mencionar al hablar de cuidados: la inmigración. Tampoco en este caso la estadística puede ser precisa, pero hay muchas inmigrantes al cargo de niños y ancianos, incluso en régimen de internado, algo que pocos españoles, y menos por esos salarios, estarían dispuestos a soportar. "La mano de obra inmigrante es absolutamente importante", destaca Rodríguez Carmona. "Necesitamos un sistema más flexible para contratar", reivindica.
Volviendo a las 50 pesetas en que se valoraba el trabajo de Mari Carmen Borreguero, entonces era posible una cosa así porque el trabajo no remunerado de ama de casa "ha estado invisibilizado durante mucho tiempo, aunque en la dictadura se le mitificaba, para negar, a la vez, su valor como productor de bienes y servicios. Esa invisibilización se rompió cuando se abrió la mirada económica al reconocimiento de esas instituciones sociales. A partir de los años sesenta y setenta ya se hablaba de la pérdida de prestigio de las labores domésticas", explica Margarita Barañano, profesora de Sociología de la Complutense.
Precisamente por aquellos años sesenta, Pura Ramos se multiplicaba para cubrir en los periódicos de la época los grandes conflictos internacionales y amamantar a sus siete hijos. "Mi madre se hacía cargo de los niños y yo salía pitando a coger el tranvía. A media mañana, me traía al niño y yo le daba el pecho en el archivo. Entonces trabajaba en Pueblo". Después se lo devolvía a la abuela y ponía la mirada de nuevo en De Gaulle, en Vietnam, en el Papa que moría. A las tres horas volvía la abuela con el niño. "Renuncié durante años a todo, a la música, al cine, al teatro. O iba detrás de un niño o detrás de la noticia. No quise dejar ninguna de las dos cosas, me gustaba mi trabajo, pero también ser madre, adoro los niños. No lo hacía por virtuosa, sino porque no nos quedaba otra", afirma.
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