
Se pueden aprovechar las actividades de verano para que el niño aprenda a convivir, a compartir experiencias y a ser independiente.
Los padres de 3 millones y medio de niños se enfrentan a partir de este mes a la pregunta de todos los veranos:¿qué hacemos con los niños? El periodo vacacional que para los más pequeños significa descanso y diversión, supone, para sus progenitores, un estrés añadido y bastantes quebraderos de cabeza, ya que sólo pueden disfrutar de un mes de descanso. Se plantea, por tanto, la complicada tarea de rellenar las horas de ocio de los pequeños de la casa, a poder ser con una persona adulta que supervise sus actividades. Y es que los niños, al igual que los adultos, desean y necesitan un periodo de vacaciones estivales que les permita dejar atrás, durante un tiempo, horas de estudio, deberes, ocupaciones extraescolares y todas las obligaciones que forman parte de su vida cotidiana a lo largo del curso. Las posibilidades para que los niños pasen unos días fuera del entorno familiar son muchas y muy variadas. Escoger la mejor opción dependerá de sus necesidades y aficiones y, sobre todo, de la edad. Campamentos, escuelas de verano, clases de idiomas y deportivas... todas las opciones son válidas cuando las vacaciones escolares y las vacaciones de los adultos no coinciden. Lo que en un principio se contemplaba como un apoyo a la educación, se ha convertido en una forma práctica y divertida de entretener a los más pequeños, mientras los padres atienden sus quehaceres laborales. Además de disfrutar de las vacaciones, los niños aprenden a convivir, a compartir experiencias y a ser independientes. Lejos de padres y familiares aprenden a ser autosuficientes ya que tienen que ocuparse de tareas que habitualmente no hacen, como poner y quitar la mesa, hacer la cama o recoger y ordenar sus pertenencias.
Fuente: Consumer Eroski
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