
Otro grupo de riesgo son los adolescentes. "Conozco casos de niños que con cinco años ya están navegando y enseguida acceden al Messenger, pero comparten lo que hacen con los padres. A partir de los 12, se sienten con mayor derecho a la intimidad, pero siguen siendo menores y con conocimientos de informática muy limitados. Ignoran las repercusiones legales y económicas de sus actividades, y creen que porque son niños pueden hacer lo que quieran, porque no van a ir a la cárcel".
Una travesura que en ocasiones ha acabado en tragedia es acceder repetidamente a imágenes pornográficas violentas o desagradables que, afirma la investigadora, "pueden afectarles hasta el extremo de que les deformen su desarrollo sexual normal y, para poder estimularse cuando sean adolescentes, necesiten imágenes cada vez más atroces. Esto explica por qué hay menores en las redes de pederastas que detiene la policía".
Antes de llegar a estos extremos, Monsoriu recomienda: "Hablar con los hijos, llegar a acuerdos, compartir con ellos las máximas experiencias digitales posibles e ir educándolos en el uso prudente de la tecnología". En el aspecto práctico, lo mejor es poner el ordenador en un lugar común del hogar, como el salón; limitar las horas de acceso; supervisar los programas que se instalan, y olvidar la webcam hasta que sean mayores de edad.
Además los padres deberían "adentrarse en Internet, aprender a usar el Messenger y darse de alta en las redes sociales. Cuando los hijos ven que su mundo es también el de sus mayores, suelen hacer un uso mucho más provechoso de estas herramientas". Y hay que saber siempre a qué personas tienen en sus contactos del Messenger.
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