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Los Celos del segundo hijo

La llegada del segundo hijo nos obliga a experimentar una metamorfosis familiar. A todos los reacomodamientos que debemos enfrentar, se suman los celos del hermano desplazado. El primer hijo se lleva todos los laureles de la sorpresa, esta experiencia irrepetible, de la que tanto nos hablaron y que ahora protagonizamos, hace que toda nuestra vida comience a girar en torno a ella. Liberamos todos nuestros temores y ansiedades y el miedo de no ser buenas madres nos convierte en lectoras obsesivas de cuanto libro sobre la maternidad aparezca. La experiencia que hemos adquirido con nuestro primer hijo no sirve demasiado para el segundo. La situación será distinta, aunque la recreación de la vivencia anterior nos otorgue cierta tranquilidad. El segundo hijo modifica a la fuerza este triángulo familiar que habíamos logrado y funcionaba tan organizadamente.

Con el segundo hijo aparecen nuevos planteamientos y muchas cosas cambian. En el primer embarazo, podíamos darnos el gusto de recuperar el aliento después del parto mimándonos mucho y recibiendo atenciones constantes. En el segundo embarazo las cosas son diferentes, la atención al primer hijo no puede postergarse.
Cuando llega el segundo bebé los papás toman conciencia de la verdadera importancia de sus aportes, ya sea económico o de colaboración en las tareas de la casa. Durante los primeros tiempos suelen establecerse dos bandos, papá con el mayor por un lado y mamá con el recién nacido por el otro. En estos casos, el hombre tiene más espacio de participación y puede reflejar su instinto maternal.
Sin embargo, no a todos los papás les resulta fácil hacer frente a esta nueva realidad. Algunos se asustan, se paralizan o dedican demasiado tiempo al trabajo. Otras veces, las dificultades económicas los obligan, aún en contra de su deseo, a desligarse del ambiente familiar.
La familia elige en general cuándo agrandarse. Las razones para el segundo embarazo son varias, pero la más común es el deseo de no dejar sólo al primer hijo. Otra es la búsqueda del el sexo deseado.

No hay nada más habitual que los celos fraternales. No es fácil, tu hijo acostumbrado a recibir el afecto absoluto de Uds., sus papás, y de pronto; tiene que aprender a compartirlo.
"Te queremos igual" o "deberías ponerte contento porque vas a tener un hermanito con quién jugar", son las estrategias que los papas solemos emplear para calmar los celos de su hijo mayor.
Sin embargo, rara vez resultan efectivas cuando se trata de calmar la angustia por el trono perdido. Los besos a mamá se transforman en mordiscos, rasguños, agresiones. Todo vale para llamar la atención, hasta caerse y lastimarse. Pero, después de todo, los celos, ¿no son una manifestación de afecto?
Lo que realmente nos preocupa a los papás son los retrocesos, el pis en la cama, la vuelta al chupete. Asustados, tendemos a consentir todo el tiempo al hijo mayor, sin darnos cuenta de que así se dificulta la integración del nuevo bebé. El hermano mayor puede tranquilizarse durante los primeros días, cuando ve que el recién nacido duerme todo el tiempo. Pero a no entusiasmarse, sólo se trata de una tregua. Las primeras monerías del bebé volverán a despertar sus celos.


Lo ideal es evitar las comparaciones odiosas. En cambio, conviene sacar a relucir sus cualidades. Es importante hablar mucho con el hijo mayor, hacerle notar las grandes ventajas que tiene por ser el más grande como andar en triciclo, hacer dibujos, jugar al fútbol y mostrar sutilmente, las desventajas que tiene el más pequeño.
Cuando la diferencia de edades es pequeña, la situación se complica. Un bebé recién nacido y otro de once meses requieren mucha atención y el mayor no está en condiciones de comprenderlo que ha pasado. En cambio, si los hermanos se llevan unos siete años, el mayor se convierte en colaborador directo de sus padres. Si bien los celos persisten, la necesidad de mostrarse imprescindible es común a todos los primeros hermanos y la situación resulta manejable. Los celos entre hermanos son inevitables y nos obligan a hacer frente a muchas dificultades. Pero, a la vez, éstos enriquecerán a nuestros hijos como personas ya que tendrán la suerte de vivenciar el verdadero significado de la hermandad.

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